Rendirse no es nuestra opción
Érase una vez una serie de individuos con altas capacidades de controlar el futuro y a otras personas, o eso creían. Eran expertos en decir una cosa y hacer nada porque pensaban que sus engaños sutiles eran infalibles. A veces hasta ellos llegaban a creerse y asumir como verdad lo que solo eran vagas divagaciones y frases huecas para salir al paso. Ellos sonreían habitualmente, creyéndose siempre victoriosos. Su arma: sabían que al resto de humanidad, una masa mucho más ignorante que ellos, les cuesta mentir, les cuenta encontrar palabras, les cuesta hacer públicos sus dolores y traiciones. Su arma: jugar con el desgaste del otro, mantenerlo callado y apartado, dejar que se agote, que llegue a la extenuación y entonces soplar el aliento del olvido y a otra cosa mariposa. Estas personas juegan con el silencio del otro para mantenerse firmes en sus sillones de plata. Lo que no saben es que a veces, el coraje y las razones crecen con los desplantes, con los desaires, con las falsas palab